Por estas horas, una sensación de alegría y alborozo colectivo se ha apoderado de la comunidad de creyentes argentinos en general y de cordobeses en particular.
Nuestro Cura Gaucho finalmente ha sido ´beatificado´ haciéndose justicia sobre algo que todos de uno u otro modo sospechábamos.
Respecto de Brochero, resaltan tres ejes centrales:
I) Es cierto que el Cura hizo muchas obras pero no es santo por eso sino por el espíritu con que logró las mismas. No ingresó a la vida religiosa para resolver sus problemas sino los ajenos.
II) Consecuentemente él entendió -con un visión propia y singular- que del Evangelio no solo se desprendía una dimensión espiritual sino, otra de promoción y desarrollo social para redignificar a todo hombre mediante una vida más digna, más humana, más vivible, anticipándose en todo esto, cincuenta años respecto del Concilio Vaticano II.
III) Siendo el Cura Brochero un hombre hiperactivo -interna y externamente-, debió aprender el valor y la trascendencia de la quietud, del silencio, de la soledad y la pura contemplación a raíz de una penosa postración -en realidad para él un “gigante sacrificio”- al contraer la lepra en su combate apostólico (que nunca le hizo asco a nada ni a nadie) por la educación de las niñas, el socorro de los empobrecidos, de los leprosos, de los alcohólicos, el ´rescate´ de malevos y cuánto más; penosa enfermedad que prontamente fue acompañada de una ceguera física pero, nada terrenal podrían domar o desviar al Cura Brochero de su vocación, misión, y visión apostólica gaucha, traducidas en su curato admirable e imitable.
José Gabriel del Rosario Brochero nació, aquí nomas, en un paraje llamado “Carreta Quemada” en proximidades de la localidad de Santa Rosa de Rio Primero en la Provincia de Córdoba un 16 de Marzo del año 1840.
Los tres primeros años de su sacerdocio los transcurre Brochero en la ciudad de Córdoba, desempeñándose como teniente-cura de la iglesia catedral.
A fines de 1867, Córdoba debe enfrentar el primer brote conocido del terrible cólera que segó más de 4.000 vidas en poco tiempo. Fueron aquellos, días de terrible aflicción, de pánico y mortandad nunca vistos en la capital y en toda la provincia. Dura ocasión que acicatea y pone a prueba el celo incoercible del joven sacerdote que se prodiga enteramente, jugándose sin miramientos la salud y la vida en favor de todo atribulado.
El 18 de noviembre de 1869 José Gabriel Brochero es designado cura del departamento de San Alberto, al otro lado de las sierras grandes. San Pedro era la cabecera departamental. Allá llega Brochero, después de tres días de viaje en mula a través de las sierras; pero después de un tiempo y por voluntad personal, se radicó definitivamente en la Villa del Tránsito, hoy Villa Cura Brochero. Su curato era inmenso: unas 500 leguas de valles y serranías.
Atento la raíz, lugar y origen de la vocación de Brochero, nuestro Rio Primero debiera llamarse en adelante Rio Brochero pero, no solo eso, todo ministerio de desarrollo social y de obras y servicios públicos tienen muchísimo para asimilar de la obra brocheriana (educación, viviendas, caminos, acueductos, etc.) , en términos de confiabilidad, universalidad, igualdad, prospectiva, eficacia, eficiencia, sobriedad y fundamentalmente, honestidad; calidad brocheriana incompatible con todo “vuelto”, “comisión” y/o “corrupción”.
Nació pobre, vivió pobre y murió más pobre todavía, animado incesantemente con ardor, celo y afán para promover íntegramente a todos los demás.
En realidad el sacerdocio de Brochero es una enorme interpelación para algunos religiosos y místicos de hoy que, refugiados en conventos, ejercen poder, aislados en escandalosas comodidades, ajenos e hipócritas de toda vida y compromiso personal comunitario incluso, en su propia comunidad que integran y/o dominan haciendo sentir su autoridad.
El Cura Brochero no dudó en ir a la santidad con su fiel mula malacara y su cigarro de tabaco en chala atravesando largamente los confines de su curato.
Toda una curiosidad será enterarnos que entre Beato y Santo no hay diferencias salvo aquellas geográficas o comunicacionales, algo que la globalización ha disuelto, razón por la cual la Iglesia Católica debiera revisar una supuesta diferencia anacrónica y anticuada por estos días. En efecto, ser declarado beato era reconocer una santidad a nivel local en tanto, ser declarado santo era reconocer una santidad a nivel universal. Así, entonces, la Iglesia Católica debería clausurar toda diferencia particularmente cuando esta consiste básicamente en algo puramente semántico.
Vigoroso, espiritual, solidario, pragmático, mal hablado pero con un sincretismo sin par para la época, Brochero vivió en buenos términos con todo el gauchaje y todo aborigen, diciendo la verdad claramente, escuchando y promoviendo a todos, preferentemente a los más empobrecidos y postergados.
El Cura Brochero fue constructor de humanismo y desarrollo social; un buen hombre que vivió entre nosotros en espíritu y en verdad, que paso haciendo el bien haciendo todo por el otro, ejerciendo su sacerdocio con entrañas de misericordia como elogio, desprendimiento y fraternidad.
Roberto Fermín Bertossi
Docente e Investigador Universitario
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