Hay situaciones en la vida de las naciones en que las circunstancias las obligan a negociar. En esas instancias, muchas veces, para “ganar” en algún aspecto, se debe “perder” en otros. Sin duda, es una regla básica de la política internacional: los acuerdos se sustentan en esos “tiras y aflojes”, en esos “toma y daca” que definen el interjuego de poder entre Estados opresores, que fijan las reglas, y Estados oprimidos, que son sometidos a las políticas de quienes tienen todas las cartas para decidir cuáles serán esas pérdidas y cuáles las exiguas o -cuando no- nulas ganancias.
Pero las reglas aplicables a la gran mayoría de las naciones no son, para quienes manipulan las decisiones geopolíticas, aplicables para Palestina: el común denominador de todos los mal llamados “acuerdos” con el Estado de Israel ha sido siempre la pérdida por lo que la ganancia, ilegítima y obscena, siempre desequilibró la balanza de la Justicia a favor del Estado sionista, en perjuicio directo de un pueblo orgullosamente obstinado en sobrevivir.
Una respuesta simplista estaría dada por la idea de que Palestina ha pagado el alto costo de no tener buenos negociadores a lo largo de toda su historia, así como que el Estado de Israel se ha llevado todos los “premios” por contar con referentes hábiles en este campo. Pero el argumento es falaz, y pone sobre el tapete tanto la mentira que subyace en la palabra “acuerdos”, como a las instancias de negociaciones políticas. Esto es: no hay acuerdos que puedan llamarse justos cuando una de las partes ha sido debilitada a lo largo de su historia, con el objetivo específico de someterla a la arbitrariedad de los poderosos de siempre. Llegado el momento concreto de las fingidas “negociaciones”, una de las partes -obviamente la más débil- quedará inevitablemente bajo la bota brutal de los poderes hegemónicos.
El Estado de Israel, construido desde esa nada que significa desempolvar un antiguo relato mítico, fue la punta de lanza de un Occidente ávido por apropiarse de un Medio Oriente prometedor en recursos y posicionamiento geoestratégico. En ese rol se asientan su fortaleza y también su impunidad. El Estado de Israel es el brazo armado e ideológico de ese Occidente opresor, el instrumento y la excusa para la invasión, el necesario generador de conflictos permanentes que le justifica la entrada en acción a los Estados Unidos de Norteamérica, el “guardián de la paz”, el mentido luchador contra los que resisten y son llamados “terroristas”, para horror de un consumidor de medios inculto y desinformado.
Revisemos el planteo: una cosa es “perder” y otra, muy diferente, es ser “despojado”. El concepto “pérdida” pone la carga de la acción en el sujeto perdidoso, y le asigna la responsabilidad de manera casi exclusiva. Y este no es el caso de Palestina, que nunca estuvo ni dispuesta, ni resignada a “perder”: la prueba cabal de esta afirmación es la larga resistencia de su pueblo. Más justo y lógico es, entonces, evaluar la dimensión del despojo que ha sufrido desde la Nakba (La Catástrofe), e incluso desde antes de ella, o sea, desde el inicio del lento, persistente y sistemático proceso de apropiación de su territorio y la enajenación de sus recursos por parte del Estado de Israel.
Las dificultades de acceder a información sistematizada -en este sentido- no deben ser tomadas como casuales, sino, como parte de las estrategias de negación de la existencia de una nación y su pueblo; es decir, no se indaga ni se analiza sobre lo que se quiere construir maliciosamente como inexistente, esto es, Palestina. Para ilustrarlo, recordemos las palabreas del propio Theodor Herzl: “dar una tierra sin pueblo a un pueblo sin tierra”, frase que es la madre de todas las negaciones en relación a la existencia del pueblo palestino.
En este sentido, el indicador más importante e irrefutable del despojo al que ha sido sometida Palestina, emerge en lo territorial: hoy en día posee -y no en plenitud de uso- el 12% del territorio de la Palestina histórica. Es decir, le han quitado –robado, rapiñado- casi el 90% de la superficie con la que contaba para desarrollarse como nación, lo que deja claro que las negociaciones de las que aceptara participar (la mayoría de ellas en nombre de la paz), no le han reportado ningún beneficio y, por el contrario, sobre esa superficie se hacina hoy una población de la que no se tienen datos ciertos desde 2001: se sabe que más de la mitad de los palestinos viven en la diáspora, lo que significa que, además de territorio, Palestina ha perdido población económicamente activa que se ha visto forzada a emigrar y, mayoritariamente, a refugiarse.
La ausencia de censos hace muy difícil establecer datos de población. No obstante, según las estimaciones de la Sociedad Académica Palestina para el Estudio de Asuntos Internacionales, la distribución mundial de los palestinos en 2001 era la siguiente: Cisjordania y la Franja de Gaza: 4.000.000; 1.200.000 vive en el Estado de Israel; 2.700.000 viven como refugiados en Jordania; 423.000 refugiados palestinos han sido recibidos por Siria; 400.000 son refugiados en Líbano; 287.000 se encuentran en Arabia Saudita, 350.000 en los países del Golfo; 60.000 están refugiados en Egipto y 580.000 refugiados se distribuyen en total en otros países árabes. En 232.000 se estima el número de palestinos residiendo en EEUU de Norteamérica y en 235.000 se calculan los que residen en otras naciones del mundo lo que hace un total de más de 10.000.000 de palestinos en el mundo, con solo la mitad en su propio territorio, malviviendo en él como consecuencia de la política de apartheid del Estado de Israel.*
Los datos más difíciles de obtener son los que refieren a pérdidas en vidas humanas: ¿cuántos palestinos han muerto en ataques llevados a cabo por el Estado de Israel sobre la población civil indefensa? ¿Cuántos niños mueren por las carencias nutricionales que impone la política de aislamiento y destrucción de una economía nacional? ¿Qué índices de mortalidad perinatal genera la imposibilidad de llegar a tiempo a una unidad sanitaria para la atención de un parto? Si el propio Comité Europeo de Derechos Humanos denuncia más de 50.000 niños palestinos muertos como consecuencia de la ocupación israelí en la última década, ¿cómo se estima el costo real y en proyección a futuro de semejantes pérdidas generacionales para una nación?
Un aporte dramático lo hace la misma Autoridad Nacional Palestina, cuando da a conocer las pérdidas humanas y materiales que generara el Estado de Israel sobre el pueblo palestino desde el comienzo de la segunda intifada, en un período que va desde el 28 de septiembre de 2000 hasta el 17 de diciembre de 2003, datos que pueden corroborarse en la web de la Embajada de Palestina en la Argentina, y que permiten dimensionar in extenso, y proyectadas a 63 años de ocupación y despojo, las pérdidas palestinas.
Cuatro generaciones perdidas, el 80 por ciento de su territorio invadido, casi 11 millones de palestinos en la diáspora o refugiados. Muerte, destrucción, saqueo y aislamiento, justifican el BASTA repetido tantas veces por el Presidente Abbas ante la ONU. BASTA, porque ¿de cuánto más puede ser despojada Palestina sin riesgo de convertirse en un “pueblo sin tierra” tal como pretendía el sionismo?
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